¡Proletarios
de todos los países, uníos!
NÚCLEO
MARXISTA HILO ROJO
ÓRGANO DEL PARTIDO COMUNISTA
PARA
PROGRAMA
DEL PARTIDO COMUNISTA
PARA
PREPARAR
EL
PARTIDO COMUNISTA DE
I
DEL CAPITALISMO A
1. La sociedad capitalista se
fundamenta en la apropiación privada, por parte de la burguesía, de los medios
de producción y del valor acrecentado que resulta de la explotación asalariada
de la fuerza de trabajo del proletariado.
2. De la mano de esta
necesidad misma de producir cada vez más valor, la propiedad privada
capitalista entra en una contradicción creciente con las exigencias sociales de
desarrollo incesante de las fuerzas productivas.
3. El despliegue de
este proceso histórico determina y va exacerbando un antagonismo
irreconciliable de intereses entre la clase dominante, la burguesía, y la
explotada, el proletariado.
4. Cuanto más se
desarrolla el capitalismo mayor es la miseria que reporta al proletariado, pues
éste, para sobrevivir -tanto en tiempo de crisis como de bonanza-, no tiene
otro recurso que vender, bajo condiciones de explotación cada vez más leoninas,
su fuerza de trabajo en el mercado. Cuando la prosecución del proceso de
acumulación capitalista, exigida imperativamente por la concentración y
competencia crecientes entre capitales, acabe por trabar absolutamente la
supervivencia de la clase proletaria, habrá caducado definitivamente la
presente sociedad. Por el camino, este imparable frenesí de valorización
capitalista, de la mano del desarrollo ineluctable de su secuela histórica -la
baja tendencial de la tasa de ganancia de los negocios- habrá despojado, a la
burguesía, de toda posibilidad de seguir procurando a su sistema una base
social suficiente de pervivencia. El capitalismo se habrá visto desprovisto de
la posibilidad de seguir comprando socialmente, con una parte de sus
beneficios, a pequeños, pero influyentes, sectores de trabajadores. No habrá
podido seguir encumbrando, por encima del conjunto del proletariado, a ninguna
aristocracia obrera capaz de transmitir eficazmente, en el seno de nuestra
clase, el opio de las ilusiones burguesas en reformar la presente sociedad. El
propio desarrollo capitalista aboca así, irremisiblemente, a la acción
revolucionaria final de los mismos proletarios a través de una vampirización,
imparablemente en aumento, del trabajo que le nutre. Nuestra clase cumplirá, de
tal forma, su inapelable destino histórico: sepultar al capitalismo y abrir
paso a la sociedad sin clases.
5. Dada su
miserabilización social históricamente creciente, el proletariado -para
emanciparse de sus cadenas llevando a cabo su revolución- no puede esperar del
capitalismo condiciones políticas favorables. La democracia burguesa es la mejor
envoltura política posible del capitalismo; aquélla en la que el buen
funcionamiento de la máquina estatal para la explotación de los trabajadores
por el capital, no depende de uno u otro defecto particular de su mecanismo. La
democracia burguesa es el instrumento más perfeccionado del poder político del
capital, de la dictadura de la burguesía, aquél en el cual -mediante el
sufragio universal- los propios proletarios son llamados a elegir qué fracción
burguesa, en liza, debe encargarse de dirigir su explotación, de aplicar, sobre
sus espaldas de explotados, los planes que expresan los intereses generales de
su clase enemiga, la burguesía, propietaria de los medios de producción y
compradora de la fuerza de trabajo. La democracia burguesa promete el poder a
la mayoría de la población, proclama la soberanía de ésta, pero jamás puede
realizarlo, a tenor de la imperancia de la relación social capitalista de la
que es parte indisoluble. La libertad democrática burguesa redunda, ante todo,
de hecho, en la libertad de los capitalistas para explotar, de más en más, a
los trabajadores. El proletariado puede y debe aprovechar, en la lucha de
preparación de sus fuerzas para derrocar al capital, en su combate para vencer
a la propia democracia burguesa, cuantos resquicios legales, en un momento
dado, pueda encontrar en ésta, aunque las masas trabajadoras, por regla
general, no pueden gozar de la democracia bajo el capitalismo.
6. El reformismo
burgués y su influencia en el seno del proletariado, el oportunismo, obran para
bloquear el proceso histórico de emancipación de nuestra clase encerrando sus
luchas en el callejón sin salida de la búsqueda de mejoras parciales del
capitalismo. Contra esta corriente política -cada vez más caduca en su premisa
material, pero a través de cuyo dominio entre los proletarios basa aún el
Estado capitalista su vigencia social- el Partido Comunista ha desarrollado y
desarrolla toda su propaganda y agitación desde el punto de vista de la
revolución. Allá donde se dirige a los proletarios, nuestro Partido opone, sin
equívocos, la necesidad de organizar la revolución comunista a la vía -tan
fácil como fraudulenta, para el proletariado- del reformismo que orienta los
esfuerzos de los trabajadores a recoger las migajas que caen de la mesa de los capitalistas.
A la vez, el Partido Comunista no renuncia, en ningún caso, por mor de ningún
principio ideológico, al aprovechamiento, con fines revolucionarios, siempre
que es posible, del parlamentarismo y de todas las libertades de la democracia
burguesa. El Partido no llama al proletariado a renunciar a las reformas sino a
considerarlas únicamente como un resultado accesorio de su lucha
revolucionaria. Por doquier -allí donde su voz puede ayudar a activar
revolucionariamente a un sector de los trabajadores, en las movilizaciones
proletarias, en sus organismos de lucha, en los sindicatos de clase y en el
resto de las organizaciones de las masas obreras e, incluso -cuando ello se
revela productivo- en la misma guarida del enemigo, los parlamentos, sindicatos
u otras organizaciones capitalistas-, el Partido Comunista explica
sistemáticamente la oposición, de fondo, teórica y práctica, irreconciliable,
que existe entre la lucha reformista y la revolucionaria. El Partido educa
constantemente al proletariado y a sus elementos avanzados en función de las
tareas revolucionarias y los alienta a asumirlas mediante la combinación más
rentable, en cada momento, de la labor legal y la ilegal.
7. Esta lucha
revolucionaria del proletariado reviste necesariamente un carácter violento.
Como ha verificado la historia, afronta, sin remisión, la violencia organizada
del Estado de la clase dominante, el Estado burgués. El Estado burgués es el
aparato represivo reaccionario que tiene como misión defender, por todos los
medios a su alcance -económicos, políticos, militares e ideológicos-, los
intereses globales de la clase capitalista. Cualquiera que sea la forma
regimental -bien de democracia, bien de totalitarismo; bien, incluso, de
regímenes híbridos que intermedian entre las dos formas anteriores- que adopta
la burguesía para con su Estado, éste constituye siempre el destacamento armado
que vela por el mantenimiento de las condiciones necesarias para reproducir
ampliadamente la dictadura capitalista del valor. La tarea central de la
primera fase de la revolución proletaria es, pues, el derrocamiento del Estado
capitalista mediante la insurrección revolucionaria.
8. La llegada al poder,
por segunda vez en la historia, del Partido Comunista -dirigiendo la
insurrección proletaria victoriosa en una zona determinada del globo- abrirá la
segunda fase de la revolución que se avecina. Los proletarios triunfantes, se
mantendrán en el poder y demolirán los restos de su propio Estado burgués,
actuando como destacamento avanzado del proletariado internacional empeñado en
llevar la revolución comunista al exterior de sus fronteras, en impulsar y
propiciar el éxito del levantamiento revolucionario solidario de sus hermanos
de clase en todo el planeta. A tal fin, el poder proletario, recién constituido,
utilizará -sin reparo alguno- todos los medios a su alcance; prioritariamente,
por entonces, en el terreno político-militar, pero también, en la máxima medida
de lo posible, en el dominio económico. Los proletarios vencedores erigirán,
para centralizar la aplicación revolucionaria de sus medidas de clase contra el
capitalismo, su propio Estado, la dictadura del proletariado, su propio aparato
de opresión de la clase enemiga burguesa, vencida localmente, pero aún
dominante, en la escena internacional, de la mano de las grandes potencias
imperialistas aún en pie. La tarea central de este Estado revolucionario será
la implantación, a nivel mundial, de la dictadura del proletariado, por medio
del derrocamiento -por doquier- de todos los Estados capitalistas.
10. La democracia
proletaria constituye un vector constante de impulsión de la movilización de
las masas trabajadoras. El Partido Comunista, en su combate por la conquista de
la dirección revolucionaria del proletariado, anima, en cada momento, en cada
lucha, aquellas formas concretas de democracia proletaria que facilitan el
desarrollo real del movimiento de nuestra clase. Con la implantación de la
dictadura del proletariado, todos los proletarios -sin distinciones económicas,
políticas, ideológicas, culturales, de raza, nación o sexo- son llamados a
tomar parte activa en la lucha revolucionaria de su Estado, por medio del
ejercicio de su democracia en el seno de organizaciones proletarias de todos
los niveles. Materializando su poder en todos los rincones de la sociedad,
extendiendo su democracia, el proletariado afirma su propia libertad e
igualdad. Su libertad con respecto al capitalista, con respecto al intercambio
de mercancías. Su igualdad real; no la engañosa igualdad entre las clases sino
la igualdad fraterna entre todos los trabajadores del mundo que luchan para
acabar con el capital y con el capitalismo. Ejerciendo su democracia de clase,
desde el poder de su propio Estado, el proletariado se afirma como clase
dominante de la sociedad. Destruye el parlamentarismo burgués y la democracia
burguesa, aplasta todas las tentativas posibles de retorno al capitalismo y
concede la libertad e igualdad verdaderas a los trabajadores. En base a la
supresión de la propiedad privada sobre los medios de producción, da a los proletarios
no sólo "derechos" sino el auténtico disfrute de lo que les fue
arrebatado por la burguesía. Abrazando, con su democracia revolucionaria, hasta
a las capas más profundas y atrasadas de las masas trabajadoras, el nuevo
Estado gana su confianza y las moviliza decisivamente, incorporándolas, de
forma activa, al bando revolucionario de la guerra civil, abierta
internacionalmente, contra los Estados capitalistas todavía supervivientes.
11. En base a la
victoria militar final, en todo el orbe, contra todos los Estados capitalistas,
la revolución proletaria inaugurará una tercera fase de su desarrollo: la que
conduce, mediante la desaparición económica y social de todas las secuelas aún
latentes del capitalismo, a la propia extinción del Estado proletario, una vez
desalojadas de escena, de una vez para todas, todas las clases sociales. A lo
largo de esta fase, la dictadura del proletariado -materializando sucesivamente
las medidas económicas y sociales más radicales posibles contra todos los
retazos capitalistas- irá propiciando, en todos los dominios de la vida, la
sustitución del valor capitalista y de las superestructuras que dimanan de esta
relación social por las propias a una Comunidad humana mundial que planifica,
gestiona y administra colectivamente, a escala de todo el globo, la producción
y la distribución de bienes, de acuerdo con las necesidades de la especie.
Desarrollando, sin par, las fuerzas productivas sociales y la productividad del
trabajo; llegando a automatizar, por completo, todas las tareas sociales
necesarias que sean penosas o no deseadas, la dictadura del proletariado
acabará por asentar cimientos inconmovibles del fin de toda carencia humana
material, del cese de toda actividad productiva forzada, alienante. Colmadas,
así, las premisas reales del desarrollo de la futura sociedad comunista, la
especie humana -liberada, para siempre, de sus cadenas clasistas y conformada
con el medio natural al que pertenece mediante la plasmación, en él, de su
propia esencia social- habrá despejado su camino, al fin, de todos aquellos
obstáculos que le impedían iniciar su andadura histórica.
12. Bajo el imperio de
la relación asalariada que embrutece al proletariado, éste no puede
espontáneamente escapar del abrazo letal de la ideología capitalista, acceder a
la conciencia de su propio ser histórico. Sus luchas espontáneas necesariamente
están abocadas a adoptar la forma de luchas de resistencia frente a los ataques
-cada vez a mayor escala- que precisa perpetrar el capitalismo para proseguir
su orgía de valorización. El proletario, para sobrevivir, está obligado
imperiosamente a tender a preservar -mientras ello sea posible- las condiciones
de venta de su fuerza de trabajo. Este hecho real determina el horizonte
espontáneo de las masas proletarias: oponerse individualmente a los patronos,
luchar sindicalmente para tratar de arrancarles concesiones, reclamar mejoras
del gobierno burgués de turno y confiar en imponerlas mediante el apoyo
electoral a tal o cual partido pseudoobrero, son otros tantos escalones de la
conciencia proletaria espontánea para la que es incuestionable la prosecución
de la sociedad capitalista. Ninguna agudización de la situación material de
miseria de los trabajadores, por sí sola, puede acabar definitivamente con
tales ilusiones reformistas. Estas son propias a la condición social de
asalariado y, por ende, están reforzadas, a fondo, por el gigantesco aparato
estatal capitalista que, mediante el oportunismo, extiende los tentáculos de su
influencia mistificadora hasta las mismas filas de los proletarios en lucha.
13. Para acceder a la
comprensión de la naturaleza históricamente revolucionaria del proletariado,
para asumir no sólo el antagonismo inmediato entre trabajadores y patronos -y
la necesidad de oponerse a los planes antiobreros de éstos-, sino globalmente
la oposición irreconciliable que existe, sin remisión alguna, entre los
intereses comunes del conjunto de la clase explotada, de un lado, y la forma
social contemporánea, el capitalismo, que la explota, de otro, es preciso elevarse
más allá de la contingencia circunstancial de cada nueva generación asalariada.
Sólo bajo una perspectiva histórica es posible aprehender el carácter,
inevitablemente perecedero, de la actual sociedad y el devenir comunista que
crece en sus entrañas de la mano de la lucha creciente a la que es obligada,
para sobrevivir, la clase oprimida de nuestro tiempo, el proletariado.
Sin embargo, la miseria
en la que están subsumidos cotidianamente los trabajadores no les permite, por
sus propias y exclusivas fuerzas, acceder al entendimiento de éste su destino
histórico. De revolución en revolución, sólo una ínfima minoría de la clase
dominante - desprendiéndose -por la vía de la consecuencia científica y bajo el
empuje del nuevo ascenso de las luchas de la clase explotada- de los prejuicios
ahistóricos propios al proceso de caducidad del capitalismo, ha ido siendo
capaz de formular teóricamente los intereses y el camino revolucionarios del
proletariado. El Partido Comunista ha sido el crisol material donde tal inteligencia
del devenir histórico ha fraguado en fuerza social proletaria revolucionaria.
El Partido -haciendo trizas la proyección burguesa individual de sus miembros,
determinando su acción a tenor de la misión histórica de la clase
revolucionaria, ligándose, en cuerpo y alma, a la suerte de las masas
proletarias- deviene el único agente introductor, en no importa qué momento del
curso de la lucha de clases, de la conciencia comunista en el seno del
proletariado.
El Partido Comunista es
el ser histórico vivo que transcrece, con la aparición en la escena inmediata
de los acontecimientos del proletariado revolucionario, en Partido Comunista de
la revolución, asumiendo -como objetivo inminente de su acción- la tarea de
instaurar la dictadura mundial del proletariado. El Partido Comunista es la
fuerza social humana que, expresando los intereses del conjunto de la clase
revolucionaria, la empuja irreductiblemente a colmar su papel histórico de
portadora de la sociedad comunista.
14. El Partido
Comunista libra esta lucha unificando los esfuerzos parciales de los diferentes
destacamentos del proletariado en un único combate general por la emancipación
revolucionaria de la clase explotada. En el fuego de esta batalla, el Partido,
emerge -con ocasión de cada nueva revolución- de sus cenizas desarrollando
siempre un paso más allá el hilo rojo que hace posible reconocer, por encima de
toda contingencia- al movimiento proletario.
Su ligazón indisoluble con
la masa proletaria, su capacidad infatigable para hacer propaganda, agitación y
organización revolucionarias en el seno de ésta, su energía inagotable para
impulsar constantemente los pasos reales, inmediatos, que pueden ir franqueando
las luchas de los trabajadores, su disposición natural para hacerse eco de las
demandas de éstas, son, todas ellas, características primordiales del
desarrollo de la pugna inveterada del Partido Comunista para decantar
revolucionariamente los acontecimientos históricos. En este combate implacable
por la dirección revolucionaria del proletariado, el Partido activa todos los
procedimientos de lucha que, correspondiendo a sus fuerzas reales, propician
los mayores resultados revolucionarios posibles en unas condiciones dadas. Cada
táctica concreta del Partido Comunista, adoptada para responder eficazmente a
una situación también concreta, se valida, no en sí misma, sino en tanto que
parte activa de la preparación sistemática del proletariado para la revolución.
El Partido ganará la confianza de nuestra clase vinculándose al conjunto del
proletariado y no sólo a su sector menos desfavorecido. En primer lugar, claro
está, el Partido Comunista conquistará la dirección de los destacamentos
proletarios básicos y avanzados, pero también obrará para atraerse a las capas
más explotadas y atrasadas de los trabajadores. Además, el Partido se hará
capaz de dirigir revolucionariamente al proletariado en lucha batiéndose por el
comunismo, desarrollando realmente nuestro movimiento, en todas las escenas
sociales donde haya lugar a ello, incluso, si es el caso, en las enclavadas en
pleno territorio enemigo, tales como los parlamentos y sindicatos
reaccionarios.
II
EN
1. Nuestro Partido se conformó y
se asentó como fuerza política independiente, de la mano de Marx y Engels
("Manifiesto del Partido Comunista"), al calor de la primera
oleada revolucionaria que conoció la sociedad capitalista. Durante el primer
episodio de este movimiento, la revolución de 1848, el proletariado hizo ya
acto de presencia como partido históricamente llamado a sepultar
irremisiblemente la dominación burguesa y, con ella, todas las sociedades de
clases. Más tarde, en 1871, el proletariado renació de sus cenizas para
asaltar, exclusivamente con sus propias fuerzas, el Estado burgués.
2. El capital es valor
que precisa acrecentarse, valorizarse, sin tregua alguna, en el curso de la
producción. A inicios del presente siglo, el desarrollo cuantitativo y
combinado de los procesos de concentración y competencia creciente de
capitales, procesos que se desprenden de dicha esencia misma del modo de
producción capitalista, cristalizó en una nueva fase, cualitativamente
diferenciada, del devenir capitalista: el imperialismo. En esta fase
imperialista, la unificación, por el capital, del mercado mundial, la
regulación internacional de la producción a cargo de los "trusts" y,
en primer lugar, de los grandes monopolios financieros y la organización
científica del trabajo por medio de la aplicación de las técnicas tayloristas,
impulsaron, a una escala hasta entonces desconocida, el desarrollo de las
fuerzas productivas y extendieron, a una escala sin precedentes, el trabajo
asalariado. Esta división de la producción, la distribución y el trabajo,
impuesta, "orbi et orbi", por el imperialismo, hizo madurar, en el
seno de éste, de forma cada vez más apremiante, la tendencia, hasta entonces
latente bajo el capital, hacia una única dirección de la producción y la
distribución, ejercida de acuerdo con las necesidades sociales de la humanidad.
3. Esta tendencia
histórica hacia una división del trabajo, mundial y crecientemente social, que
crecía en las mismas entrañas del imperialismo, entró en una contradicción, de
términos cada vez más absolutos, con el mantenimiento de la propiedad privada
burguesa, de forma tal, que a efectos de la reproducción capitalista, ya no le
bastaba, al sistema, con superar las crisis cíclicas, de sobreproducción de
capitales, que, desde 1825, habían jalonado su historia, aumentando, de más en
más, la miseria y la explotación obrera. La preservación del beneficio
capitalista obligaba ineludiblemente, de ahí en adelante, a los Estados
burgueses, a entregarse a repetidas y crecientes guerras mundiales, auténticas
carnicerías humanas al por mayor, que destruyendo masivamente las fuerzas
productivas excedentes y, entre ellas, destacadamente, la fuerza de trabajo
proletaria, asentaran objetivamente las condiciones de una nueva valorización
capitalista, por medio de una reconstrucción postbélica basada en la introducción
de un nuevo tejido industrial netamente más productivo que el anterior y,
acorde con él, de unas nuevas relaciones laborales sensiblemente más
explotadoras que las anteriormente vigentes.
4. El imperialismo no
era, pues, sólo la fase superior del capitalismo, sino también su última fase;
aquélla en la que la sociedad capitalista únicamente podía ya prolongar su
supervivencia llevando, al máximo, la miseria del proletariado, esto es, hasta
la liquidación física y militar, fratricida, entre los trabajadores de todo el
planeta. Pero, por lo mismo, el imperialismo no era sólo, ni siquiera, ante
todo, la fase de las guerras mundiales reaccionarias, sino también, y
primordialmente, la fase de la revolución comunista, hito insoslayable al que
era abocado el proletariado en razón misma de su instinto inalienable de
preservación de clase.
5. Los acontecimientos
históricos se encargaron de verificar fehacientemente esta naturaleza del
imperialismo, como fase capitalista de guerras y revoluciones, y de incorporar
indeleblemente al Programa comunista esta conquista efectuada por el Partido de
Lenin. En 1914, con el sostén de
6. Empero, con la casi
totalidad del continente asiático aún sumida bajo formas sociales
precapitalistas y, ante todo, con la capacidad fáctica, del capital, en Europa
y, desde luego, en Norteamérica, para proporcionar aún -merced a la destrucción
bélica en curso- trabajo y derechos para la mayoría de la población obrera, la
revolución proletaria, iniciada en Rusia, no tardó en quedar fatalmente aislada
dentro de las fronteras soviéticas.
En tales
circunstancias, extremadamente desfavorables, el Partido Comunista de Lenin
defendió heroicamente los intereses internacionales del proletariado al
preservar, durante el máximo tiempo que le otorgó la historia, la dictadura de
nuestra clase en Rusia, obrando, así, como era su deber, por la revolución
comunista mundial, no sólo en la escena contemporánea sino, ante todo, en el
dominio histórico, al desarrollar, decisivamente de cara al futuro, y en el
fuego de esta lucha ampliamente desigual, la capacidad revolucionaria y el
temple históricos de nuestro Partido y trazar el rumbo del triunfo proletario
final.
A la postre, el
aplastamiento de la revolución proletaria de 1917, al permitir al capitalismo,
mediante
7. El periodo de
reconstrucción capitalista de postguerra, asentado en la ingente destrucción
efectuada durante las dos contiendas mundiales que se cobraron, sólo sobre el
campo de batalla, más de 40 millones de vidas proletarias, prolongó sus efectos
benéficos, para los negocios, hasta los fines de la década iniciada en 1960.
Durante estos 25 años, el capital, vivificado a resultas de la introducción,
tras la guerra, de un tejido industrial, de nueva planta, que le permitía
extorcar masivamente, a la fuerza de trabajo proletaria, una tasa de
explotación récord, en primer lugar, en las zonas más devastadas (Alemania,
Japón,
8. La crisis de 1970,
primer traspiés simultáneo -a nivel internacional- del capital desde
A partir de 1970, el
desarrollo de la contradicción entre el mantenimiento de la forma social
capitalista y la expansión imperialista de las fuerzas productivas, empieza a
tocar su límite final. En los países atrasados, a través de su endeudamiento
colosal con los grandes cárteles financieros de las metrópolis imperialistas,
el capital mundial acabó por arruinar toda posibilidad global de
industrialización. Más allá de ciertas inversiones puntuales, conseguidas al
precio de condiciones cada vez más onerosas para el capital anfitrión, vastas
zonas de Africa, América, Asia y Oceanía han sido llevadas paulatinamente, en
el curso de la secuencia de crisis de 1970-71, 1974-75, 1980-82, 1986 y la
actual, abierta a fines de 1990, y de la mano de la usura imperialista, hasta
la esquilmación total de lo que había constituido, hasta la fecha, su única
fuente sensible de ingresos: sus materias primas. De resultas de ello, la mayor
parte de la población del planeta está sumida hoy endémicamente en hambrunas y
pandemias galopantes, sin perspectiva real alguna de salida, de tal situación,
mientras permanezcan bajo el dictado capitalista. Por su parte, los países
semidesarrollados del Este de Europa y, en primer lugar, entre ellos,
En tanto que totalidad,
esta dinámica peculiar del desarrollo imperialista, abierta a partir de la
década de 1970, es determinada por el aumento imparable de la composición
técnica del capital que -como resultante ineluctable del mismo desarrollo
exacerbado de la concentración y competencia entre capitales en vistas a
extorcar, por medio de la explotación de la fuerza de trabajo proletaria, tasas
de plusvalor y de beneficio cada vez mayores-, colma la potencialidad de
supresión de tiempos muertos en la producción ofrecida por el taylorismo. A
este último -con la irrupción, en la escena industrial, del sector informático-
vendrá a sustituirle la robotización creciente de la producción. Esta
robotización es la hija legítima y postrera del proceso de automatización del
trabajo que es connatural a todo el desarrollo capitalista y que fue
eclosionado decisivamente por los grandes monopolios imperialistas mediante el
abocamiento a la industria de grandes concentraciones de capitales. La
robotización responde a las exigencias contemporáneas, ineludibles para el
capitalista, de valorización de su capital -de "rentabilización",
dicho sea en lenguaje empresarial- por medio de un aumento incesante de la
productividad del trabajo que redunda en la mejora de la competitividad de las
mercancías producidas en proporción directa a la rebaja de costos de producción
que supone. Acuciado por la competencia desbocada de nuestro tiempo, el
capitalista de hoy no puede contentarse, como otrora lo hiciera, por medio de
la automatización anterior, con una mera impulsión cuantitativa de la
productividad e intensidad de la fuerza de trabajo. Para sobrevivir en el
mercado, debe llevar mucho más allá la explotación del proletariado. Robotiza,
pues, fatalmente y en medida creciente, la producción, sustituyendo
irrevocablemente, una parte, cada vez mayor, de la fuerza de trabajo. Incluso
si, como resultado global de ello, en el planeta, involuciona la relación
social inherente al capitalismo, el trabajo asalariado, y, de hecho, los
Estados burgueses tratan de poner coto o mitigar los efectos, socialmente
catastróficos, de esta lógica industrial, tales intentos -al estilo de la
cacareada reducción de jornada de trabajo o de la extensión general del salario
social-, maniatados por la dictadura de la propiedad privada burguesa, nacen
muertos o abortan, al poco, en cuanto la masa empresarial pone de manifiesto el
afán irrefrenable del conjunto del capital: hacer trabajar más intensamente,
por más tiempo y más precariamente, en suma, más productivamente, a una mano de
obra tanto más explotable cuanto más reducido sea su número.
9. La actual crisis
capitalista, desatada a fines de 1990 y prologada por el hundimiento político
del Este de Europa y por la reunificación alemana -es decir, por la quiebra del
orden imperialista, establecido con ocasión del nuevo reparto de los mercados
realizado tras
En tal sentido obra el
vector económico, de forma tal, que la presente crisis -que ya es la más larga
de toda la historia capitalista- sólo puede aspirar a encontrar salida mediante
un doble tratamiento de choque, de efectos necesariamente catastróficos, a
corto plazo, para el devenir capitalista: de un lado, la apertura, de par en
par, mediante la rebaja de los tipos de interés, del grifo de los créditos, en
condiciones ya de un enorme endeudamiento de las empresas, de los bancos y del
propio Estado; de otro lado, la extensión definitiva de la parcialización y
precarización absolutas del trabajo en condiciones en las que está cuestionada
ya incluso la mera reproducción vital de la clase sobre cuya explotación se
cimienta la supervivencia de la sociedad capitalista, el proletariado. La
primera medicina referida, la baja del precio del dinero, acerca la bancarrota
financiera mundial definitiva de la economía capitalista. La segunda, la
difusión masiva de los contratos basura, tiende a disminuir la productividad
del trabajo y aproxima inapelablemente la hora del levantamiento, obligado y
final, de los proletarios contra esta sociedad que ya empieza a no estar en
condiciones siquiera de mantenerlos como explotados.
De resultas de la
presente crisis, el fantasma de un choque social entre explotadores y
explotados empieza, pues, a volver a reaparecer en la escena inmediata de los
acontecimientos. El retraso de las burguesías europeas y de Japón, con respecto
a los EE.UU, en la aplicación de este nuevo cuadro de relaciones laborales, lo
mismo que el parón a la "reforma económica" producido en el
territorio de la ex-U.R.S.S., es reflejo, ante todo, de una correlación de
fuerzas entre burguesía y proletariado, la actual, que ya ha devenido un
obstáculo para la satisfacción de las draconianas exigencias planteadas por el
desarrollo capitalista de nuestros días. Sin cambiar violentamente el presente
"status quo" entre las clases, sin infligir una nueva derrota
histórica al proletariado mediante su enrolamiento en cualquiera de los bandos
de una Tercera Guerra Mundial, el capital no estará en disposición de extender,
a diestro y siniestro, las nuevas medidas de sobreexplotación del proletariado
cuya aplicación ya es reclamada a gritos por la preservación de los beneficios
empresariales. Sin hacer efectivas, por dondequiera que sea, tales medidas, sin
reducir enormemente, y cada vez más, el número de asalariados y aumentar, a la
vez, sin freno, el plusvalor extorcado a la fuerza de trabajo de éstos, el
capital no podrá superar las dificultades de valorización que, desde 1970, sin
solución de continuidad, se le presentan "in crescendo". Preparando,
a la manera burguesa, este enfrentamiento social, esto es, emplazando premisas
materiales de una nueva guerra imperialista mundial, la crisis actual se ha
cobrado ya un dividendo propio: la liquidación, en los hechos, de la concertación
capitalista internacional con la que, desde el inicio del presente periodo, las
diferentes burguesías imperialistas, habían aunado sus líneas de acción. El
contenido ultraproteccionista, a cuenta de los imperialismos más potentes y, en
primer lugar, del norteamericano, de los recientes acuerdos de "libre
comercio" y el bloqueo definitivo -a consecuencia de la guerra comercial
entre EE.UU. y Japón- de la operatividad de las reuniones de los "Siete
grandes", certifican la caducidad de la concertación y despejan
definitivamente el camino del desarrollo económico, político y militar de los
tres grandes bloques imperialistas en liza, los bandos -todos ellos
reaccionarios- de una nueva contienda militar antiobrera a escala mundial:
Norteamérica, bajo el liderazgo de EE.UU.; Asia, bajo la égida nipona, y
Europa, bajo la férula germana. La dejación estadounidense de toda intervención
masiva en la guerra imperialista que se libra en la antigua Yugoslavia y el
abandono, a las claras, por Washington, del control de la zona en manos de los
intereses alemanes, la reacción nacionalista defensiva, frente a la expansión
de tales apetitos teutones, producida en Rusia y la defensa, por Moscú, de las
fronteras serbias, la sumisión -a los dictados económicos del Bundesbank y al
peso político de Bonn- por parte de
10. Con todo, lo
inédito del actual periodo que vivimos y lo que lo caracteriza, en tanto que
antesala de la revolución comunista, es justamente la imposibilidad histórica
del imperialismo capitalista para abrir paso, mediante una nueva guerra
mundial, a un nuevo orden estable.
Incluso, de darse, una
Tercera Guerra Mundial, no podría poner en escena sector industrial alguno que
fuera capaz de protagonizar la reconstrucción postbélica integrando masivamente
fuerza de trabajo proletaria. Por enorme que fuera -¡y lo sería, sin duda!- la
destrucción de fuerzas productivas excedentes, efectuada por la guerra, la
altísima composición técnica del capital de nuestros días no podría conducir
más que a una fulgurante recuperación, completada en un breve lapso de tiempo,
al cabo de la cual, resurgirían, a una escala incomparablemente mayor que la
actual -si cabe-, las dificultades de valorización del capital, puestas hoy ya
de manifiesto. Con tales dificultades, resurgiría también la imperiosa
necesidad revolucionaria del proletariado de librar, de una vez por todas, a la
humanidad, de la banda de criminales que rigen el planeta. La guerra
imperialista de nuestro tiempo no podría, así, situándonos en la peor de las
eventualidades para nuestra clase, desembocar, a corto plazo, más que en el
desencadenamiento final de la revolución comunista triunfante. Con la
contingencia bélica, de por medio o -mejor aún para el proletariado, si así es-
sin necesidad de pasar, de nuevo, por tal bárbaro calvario, el determinismo
histórico que subyace al capital y a la lucha de clases acabará imponiendo su
ley frente a la conciencia y voluntad subjetivas de cualquier grupo humano.
Nuestros días conducen al estallido de la revolución comunista mundial. Nuestro
Partido existe y lucha, asumiendo consciente y voluntariamente este derrotero
histórico, con el fin de abreviar, lo máximo posible, los inevitables dolores
de parto que traerán al mundo la nueva sociedad.
III
LUCHAR, COMO PARTIDO COMUNISTA,
PARA PREPARAR EL PARTIDO COMUNISTA DE
1. El
proletariado, para conquistar el poder político en sus manos y acabar con el
capitalismo, precisa, ante todo, forjar el Partido Comunista capaz de dirigir,
hasta el triunfo definitivo, el próximo asalto revolucionario. Este partido
será la fuerza organizada mundial que, asentada programática y socialmente en
el seno del proletariado, cohesionará, en sus filas, a la parte avanzada de
éste y, alrededor de su acción comunista, a toda la clase explotada, a escala
del planeta, en la lucha inmediata para derrocar, sin excepción, todos los Estados
burgueses e instaurar y desarrollar supranacionalmente una única dictadura del
proletariado hasta borrar de la faz del globo el modo de producción capitalista
y sus secuelas sociales. Es comunista únicamente aquel proletario, que obra,
consciente y voluntariamente, bajo la disciplina de este partido.
2. En ausencia, en la
escena inmediata de los acontecimientos, de revolución, -tal y como es el caso
en el actual periodo de la lucha de clases- este combate histórico de nuestro
Partido toma la forma, específica y transitoria, de lucha de gestación del
Partido Comunista de la próxima revolución. Este es, pues, el objetivo
inmediato al que se encamina y en torno a cuya consecución se ordena toda la
acción comunista de nuestros días: preparar efectivamente, a todos sus niveles,
las condiciones de constitución del Partido Comunista de la revolución que se
avecina.
3. En la línea
histórica de materialización de las condiciones de erección del Partido
Comunista de la próxima revolución, la lucha actual del Partido se despliega a
través de tres vectores diferenciados cuyos desarrollos peculiares convergen
unitariamente en la selección, formación y encuadramiento partidistas del
sector avanzado del proletariado:
a) La lucha teórica de desarrollo
programático del Partido Comunista.
b)
La lucha política de delimitación del Partido Comunista.
c)
La lucha de organización del Partido Comunista.
4. En
el dominio teórico, los comunistas de nuestros días desarrollan el Programa de nuestro
Partido a través de la integración del balance de la derrota de la anterior
revolución proletaria internacional, de 1917, en el cuadro de la preparación
efectiva del triunfo revolucionario definitivo que cuentan con obtener de la
próxima. Este desarrollo de la fundamentación teórica del comunismo se atiene,
como punto de partida, a las conquistas históricas ya efectuadas por nuestro
Partido, en el curso de las dos oleadas revolucionarias precedentes, bajo la
dirección de Marx/Engels y de Lenin y es guiado por el desenmascaramiento
-público, ante toda la clase- del carácter oportunista del revisionismo
contemporáneo.
5. En el dominio
político, los comunistas de nuestros días delimitan, con toda nitidez, la lucha
de nuestro Partido de las respuestas oportunistas dadas al devenir de los
acontecimientos. Haciendo valer, en todo momento, los intereses globales e
históricos del proletariado, los comunistas de hoy confrontan su programa y su
acción de preparación de la próxima revolución con los programas y acciones no
comunistas, a fin, de determinar, revolucionariamente y contra el oportunismo,
a aquellas fuerzas proletarias susceptibles de ser ganadas a la lucha por el
Partido Comunista.
6. En el dominio de
organización, los comunistas de nuestros días actúan dondequiera y comoquiera,
sin excepción alguna, que su acción de Partido puede agrupar
revolucionariamente a una parte del proletariado. Sin oponerse a ninguna otra
organización o partido proletarios; sin defender intereses que los separen del
conjunto de la clase; sin querer amoldar el movimiento proletario a principios
especiales, sectarios; los comunistas allá donde actúan:
a) Abanderan la defensa de los intereses
comunes a todo el proletariado.
b)
Impulsan adelante la lucha en curso.
c)
Se esfuerzan por organizar, en el Partido Comunista, a los proletarios
avanzados, haciéndoles ver la necesidad que hoy tiene nuestra clase de preparar
su partido, para poder emanciparse mañana de la dominación burguesa.
7. En
el actual periodo de la lucha de clases, todavía sin movimiento revolucionario
a la luz del día, el periódico del Partido Comunista es el instrumento
fundamental y adecuado en torno a cuyo desarrollo fraguará, como siempre fue
así, el núcleo del futuro Partido Comunista de la próxima revolución. El
periódico de nuestro Partido, guiado por la exigencia de la explicación de las
verdades revolucionarias en términos comprensibles para el proletariado,
deviene en centro y verificación objetiva de toda la actividad comunista de
nuestros días: la teórica, la política y la de organización, pública e interna.
Es tarea urgente de nuestro Partido conquistar el soporte material, político y
de organización, del proletariado para con su periódico comunista.
HILO ROJO
Junio de 1994