¡Proletarios de todos los países, uníos!

NÚCLEO MARXISTA HILO ROJO

ÓRGANO DEL PARTIDO COMUNISTA

PARA LA PREPARACIÓN DEL PARTIDO COMUNISTA DE LA PRÓXIMA REVOLUCIÓN

http://hilorojo.tripod.com

hilorojo@lycos.com


PROGRAMA DEL PARTIDO COMUNISTA

PARA PREPARAR

EL PARTIDO COMUNISTA DE LA PROXIMA REVOLUCION

 I

DEL CAPITALISMO A LA SOCIEDAD COMUNISTA

 1. La sociedad capitalista se fundamenta en la apropiación privada, por parte de la burguesía, de los medios de producción y del valor acrecentado que resulta de la explotación asalariada de la fuerza de trabajo del proletariado.

2. De la mano de esta necesidad misma de producir cada vez más valor, la propiedad privada capitalista entra en una contradicción creciente con las exigencias sociales de desarrollo incesante de las fuerzas productivas.

3. El despliegue de este proceso histórico determina y va exacerbando un antagonismo irreconciliable de intereses entre la clase dominante, la burguesía, y la explotada, el proletariado.

4. Cuanto más se desarrolla el capitalismo mayor es la miseria que reporta al proletariado, pues éste, para sobrevivir -tanto en tiempo de crisis como de bonanza-, no tiene otro recurso que vender, bajo condiciones de explotación cada vez más leoninas, su fuerza de trabajo en el mercado. Cuando la prosecución del proceso de acumulación capitalista, exigida imperativamente por la concentración y competencia crecientes entre capitales, acabe por trabar absolutamente la supervivencia de la clase proletaria, habrá caducado definitivamente la presente sociedad. Por el camino, este imparable frenesí de valorización capitalista, de la mano del desarrollo ineluctable de su secuela histórica -la baja tendencial de la tasa de ganancia de los negocios- habrá despojado, a la burguesía, de toda posibilidad de seguir procurando a su sistema una base social suficiente de pervivencia. El capitalismo se habrá visto desprovisto de la posibilidad de seguir comprando socialmente, con una parte de sus beneficios, a pequeños, pero influyentes, sectores de trabajadores. No habrá podido seguir encumbrando, por encima del conjunto del proletariado, a ninguna aristocracia obrera capaz de transmitir eficazmente, en el seno de nuestra clase, el opio de las ilusiones burguesas en reformar la presente sociedad. El propio desarrollo capitalista aboca así, irremisiblemente, a la acción revolucionaria final de los mismos proletarios a través de una vampirización, imparablemente en aumento, del trabajo que le nutre. Nuestra clase cumplirá, de tal forma, su inapelable destino histórico: sepultar al capitalismo y abrir paso a la sociedad sin clases.

5. Dada su miserabilización social históricamente creciente, el proletariado -para emanciparse de sus cadenas llevando a cabo su revolución- no puede esperar del capitalismo condiciones políticas favorables. La democracia burguesa es la mejor envoltura política posible del capitalismo; aquélla en la que el buen funcionamiento de la máquina estatal para la explotación de los trabajadores por el capital, no depende de uno u otro defecto particular de su mecanismo. La democracia burguesa es el instrumento más perfeccionado del poder político del capital, de la dictadura de la burguesía, aquél en el cual -mediante el sufragio universal- los propios proletarios son llamados a elegir qué fracción burguesa, en liza, debe encargarse de dirigir su explotación, de aplicar, sobre sus espaldas de explotados, los planes que expresan los intereses generales de su clase enemiga, la burguesía, propietaria de los medios de producción y compradora de la fuerza de trabajo. La democracia burguesa promete el poder a la mayoría de la población, proclama la soberanía de ésta, pero jamás puede realizarlo, a tenor de la imperancia de la relación social capitalista de la que es parte indisoluble. La libertad democrática burguesa redunda, ante todo, de hecho, en la libertad de los capitalistas para explotar, de más en más, a los trabajadores. El proletariado puede y debe aprovechar, en la lucha de preparación de sus fuerzas para derrocar al capital, en su combate para vencer a la propia democracia burguesa, cuantos resquicios legales, en un momento dado, pueda encontrar en ésta, aunque las masas trabajadoras, por regla general, no pueden gozar de la democracia bajo el capitalismo.

6. El reformismo burgués y su influencia en el seno del proletariado, el oportunismo, obran para bloquear el proceso histórico de emancipación de nuestra clase encerrando sus luchas en el callejón sin salida de la búsqueda de mejoras parciales del capitalismo. Contra esta corriente política -cada vez más caduca en su premisa material, pero a través de cuyo dominio entre los proletarios basa aún el Estado capitalista su vigencia social- el Partido Comunista ha desarrollado y desarrolla toda su propaganda y agitación desde el punto de vista de la revolución. Allá donde se dirige a los proletarios, nuestro Partido opone, sin equívocos, la necesidad de organizar la revolución comunista a la vía -tan fácil como fraudulenta, para el proletariado- del reformismo que orienta los esfuerzos de los trabajadores a recoger las migajas que caen de la mesa de los capitalistas. A la vez, el Partido Comunista no renuncia, en ningún caso, por mor de ningún principio ideológico, al aprovechamiento, con fines revolucionarios, siempre que es posible, del parlamentarismo y de todas las libertades de la democracia burguesa. El Partido no llama al proletariado a renunciar a las reformas sino a considerarlas únicamente como un resultado accesorio de su lucha revolucionaria. Por doquier -allí donde su voz puede ayudar a activar revolucionariamente a un sector de los trabajadores, en las movilizaciones proletarias, en sus organismos de lucha, en los sindicatos de clase y en el resto de las organizaciones de las masas obreras e, incluso -cuando ello se revela productivo- en la misma guarida del enemigo, los parlamentos, sindicatos u otras organizaciones capitalistas-, el Partido Comunista explica sistemáticamente la oposición, de fondo, teórica y práctica, irreconciliable, que existe entre la lucha reformista y la revolucionaria. El Partido educa constantemente al proletariado y a sus elementos avanzados en función de las tareas revolucionarias y los alienta a asumirlas mediante la combinación más rentable, en cada momento, de la labor legal y la ilegal.

7. Esta lucha revolucionaria del proletariado reviste necesariamente un carácter violento. Como ha verificado la historia, afronta, sin remisión, la violencia organizada del Estado de la clase dominante, el Estado burgués. El Estado burgués es el aparato represivo reaccionario que tiene como misión defender, por todos los medios a su alcance -económicos, políticos, militares e ideológicos-, los intereses globales de la clase capitalista. Cualquiera que sea la forma regimental -bien de democracia, bien de totalitarismo; bien, incluso, de regímenes híbridos que intermedian entre las dos formas anteriores- que adopta la burguesía para con su Estado, éste constituye siempre el destacamento armado que vela por el mantenimiento de las condiciones necesarias para reproducir ampliadamente la dictadura capitalista del valor. La tarea central de la primera fase de la revolución proletaria es, pues, el derrocamiento del Estado capitalista mediante la insurrección revolucionaria.

8. La llegada al poder, por segunda vez en la historia, del Partido Comunista -dirigiendo la insurrección proletaria victoriosa en una zona determinada del globo- abrirá la segunda fase de la revolución que se avecina. Los proletarios triunfantes, se mantendrán en el poder y demolirán los restos de su propio Estado burgués, actuando como destacamento avanzado del proletariado internacional empeñado en llevar la revolución comunista al exterior de sus fronteras, en impulsar y propiciar el éxito del levantamiento revolucionario solidario de sus hermanos de clase en todo el planeta. A tal fin, el poder proletario, recién constituido, utilizará -sin reparo alguno- todos los medios a su alcance; prioritariamente, por entonces, en el terreno político-militar, pero también, en la máxima medida de lo posible, en el dominio económico. Los proletarios vencedores erigirán, para centralizar la aplicación revolucionaria de sus medidas de clase contra el capitalismo, su propio Estado, la dictadura del proletariado, su propio aparato de opresión de la clase enemiga burguesa, vencida localmente, pero aún dominante, en la escena internacional, de la mano de las grandes potencias imperialistas aún en pie. La tarea central de este Estado revolucionario será la implantación, a nivel mundial, de la dictadura del proletariado, por medio del derrocamiento -por doquier- de todos los Estados capitalistas.

9. A través del desarrollo de la dictadura proletaria, la clase revolucionaria aplastará -más allá de todo punto de retorno posible- a su enemigo capitalista. Abolirá la libertad y la igualdad de los propietarios de mercancías. El proletario suprimirá, con el terror revolucionario de su Estado, toda libertad de los explotadores y de sus auxiliares, les privará de la libertad de seguir acumulando capital, de seguir lucrándose con la miseria proletaria, de luchar por la restauración del capital y de confabularse, para ello, con la burguesía extranjera, aún en el poder. Por este camino, la democracia burguesa, la forma -por excelencia- del viejo Estado, del Estado capitalista, perecerá a manos del nuevo régimen -propio al Estado revolucionario- la dictadura del proletariado, a través de cuya acción los explotados de ayer forjarán conscientemente las condiciones materiales necesarias que se precisan para arribar, al fin, a ver desaparecer, de manera irremisible, todas las clases sociales.

10. La democracia proletaria constituye un vector constante de impulsión de la movilización de las masas trabajadoras. El Partido Comunista, en su combate por la conquista de la dirección revolucionaria del proletariado, anima, en cada momento, en cada lucha, aquellas formas concretas de democracia proletaria que facilitan el desarrollo real del movimiento de nuestra clase. Con la implantación de la dictadura del proletariado, todos los proletarios -sin distinciones económicas, políticas, ideológicas, culturales, de raza, nación o sexo- son llamados a tomar parte activa en la lucha revolucionaria de su Estado, por medio del ejercicio de su democracia en el seno de organizaciones proletarias de todos los niveles. Materializando su poder en todos los rincones de la sociedad, extendiendo su democracia, el proletariado afirma su propia libertad e igualdad. Su libertad con respecto al capitalista, con respecto al intercambio de mercancías. Su igualdad real; no la engañosa igualdad entre las clases sino la igualdad fraterna entre todos los trabajadores del mundo que luchan para acabar con el capital y con el capitalismo. Ejerciendo su democracia de clase, desde el poder de su propio Estado, el proletariado se afirma como clase dominante de la sociedad. Destruye el parlamentarismo burgués y la democracia burguesa, aplasta todas las tentativas posibles de retorno al capitalismo y concede la libertad e igualdad verdaderas a los trabajadores. En base a la supresión de la propiedad privada sobre los medios de producción, da a los proletarios no sólo "derechos" sino el auténtico disfrute de lo que les fue arrebatado por la burguesía. Abrazando, con su democracia revolucionaria, hasta a las capas más profundas y atrasadas de las masas trabajadoras, el nuevo Estado gana su confianza y las moviliza decisivamente, incorporándolas, de forma activa, al bando revolucionario de la guerra civil, abierta internacionalmente, contra los Estados capitalistas todavía supervivientes.

11. En base a la victoria militar final, en todo el orbe, contra todos los Estados capitalistas, la revolución proletaria inaugurará una tercera fase de su desarrollo: la que conduce, mediante la desaparición económica y social de todas las secuelas aún latentes del capitalismo, a la propia extinción del Estado proletario, una vez desalojadas de escena, de una vez para todas, todas las clases sociales. A lo largo de esta fase, la dictadura del proletariado -materializando sucesivamente las medidas económicas y sociales más radicales posibles contra todos los retazos capitalistas- irá propiciando, en todos los dominios de la vida, la sustitución del valor capitalista y de las superestructuras que dimanan de esta relación social por las propias a una Comunidad humana mundial que planifica, gestiona y administra colectivamente, a escala de todo el globo, la producción y la distribución de bienes, de acuerdo con las necesidades de la especie. Desarrollando, sin par, las fuerzas productivas sociales y la productividad del trabajo; llegando a automatizar, por completo, todas las tareas sociales necesarias que sean penosas o no deseadas, la dictadura del proletariado acabará por asentar cimientos inconmovibles del fin de toda carencia humana material, del cese de toda actividad productiva forzada, alienante. Colmadas, así, las premisas reales del desarrollo de la futura sociedad comunista, la especie humana -liberada, para siempre, de sus cadenas clasistas y conformada con el medio natural al que pertenece mediante la plasmación, en él, de su propia esencia social- habrá despejado su camino, al fin, de todos aquellos obstáculos que le impedían iniciar su andadura histórica.

12. Bajo el imperio de la relación asalariada que embrutece al proletariado, éste no puede espontáneamente escapar del abrazo letal de la ideología capitalista, acceder a la conciencia de su propio ser histórico. Sus luchas espontáneas necesariamente están abocadas a adoptar la forma de luchas de resistencia frente a los ataques -cada vez a mayor escala- que precisa perpetrar el capitalismo para proseguir su orgía de valorización. El proletario, para sobrevivir, está obligado imperiosamente a tender a preservar -mientras ello sea posible- las condiciones de venta de su fuerza de trabajo. Este hecho real determina el horizonte espontáneo de las masas proletarias: oponerse individualmente a los patronos, luchar sindicalmente para tratar de arrancarles concesiones, reclamar mejoras del gobierno burgués de turno y confiar en imponerlas mediante el apoyo electoral a tal o cual partido pseudoobrero, son otros tantos escalones de la conciencia proletaria espontánea para la que es incuestionable la prosecución de la sociedad capitalista. Ninguna agudización de la situación material de miseria de los trabajadores, por sí sola, puede acabar definitivamente con tales ilusiones reformistas. Estas son propias a la condición social de asalariado y, por ende, están reforzadas, a fondo, por el gigantesco aparato estatal capitalista que, mediante el oportunismo, extiende los tentáculos de su influencia mistificadora hasta las mismas filas de los proletarios en lucha.

13. Para acceder a la comprensión de la naturaleza históricamente revolucionaria del proletariado, para asumir no sólo el antagonismo inmediato entre trabajadores y patronos -y la necesidad de oponerse a los planes antiobreros de éstos-, sino globalmente la oposición irreconciliable que existe, sin remisión alguna, entre los intereses comunes del conjunto de la clase explotada, de un lado, y la forma social contemporánea, el capitalismo, que la explota, de otro, es preciso elevarse más allá de la contingencia circunstancial de cada nueva generación asalariada. Sólo bajo una perspectiva histórica es posible aprehender el carácter, inevitablemente perecedero, de la actual sociedad y el devenir comunista que crece en sus entrañas de la mano de la lucha creciente a la que es obligada, para sobrevivir, la clase oprimida de nuestro tiempo, el proletariado.

Sin embargo, la miseria en la que están subsumidos cotidianamente los trabajadores no les permite, por sus propias y exclusivas fuerzas, acceder al entendimiento de éste su destino histórico. De revolución en revolución, sólo una ínfima minoría de la clase dominante - desprendiéndose -por la vía de la consecuencia científica y bajo el empuje del nuevo ascenso de las luchas de la clase explotada- de los prejuicios ahistóricos propios al proceso de caducidad del capitalismo, ha ido siendo capaz de formular teóricamente los intereses y el camino revolucionarios del proletariado. El Partido Comunista ha sido el crisol material donde tal inteligencia del devenir histórico ha fraguado en fuerza social proletaria revolucionaria. El Partido -haciendo trizas la proyección burguesa individual de sus miembros, determinando su acción a tenor de la misión histórica de la clase revolucionaria, ligándose, en cuerpo y alma, a la suerte de las masas proletarias- deviene el único agente introductor, en no importa qué momento del curso de la lucha de clases, de la conciencia comunista en el seno del proletariado.

El Partido Comunista es el ser histórico vivo que transcrece, con la aparición en la escena inmediata de los acontecimientos del proletariado revolucionario, en Partido Comunista de la revolución, asumiendo -como objetivo inminente de su acción- la tarea de instaurar la dictadura mundial del proletariado. El Partido Comunista es la fuerza social humana que, expresando los intereses del conjunto de la clase revolucionaria, la empuja irreductiblemente a colmar su papel histórico de portadora de la sociedad comunista.

14. El Partido Comunista libra esta lucha unificando los esfuerzos parciales de los diferentes destacamentos del proletariado en un único combate general por la emancipación revolucionaria de la clase explotada. En el fuego de esta batalla, el Partido, emerge -con ocasión de cada nueva revolución- de sus cenizas desarrollando siempre un paso más allá el hilo rojo que hace posible reconocer, por encima de toda contingencia- al movimiento proletario.

Su ligazón indisoluble con la masa proletaria, su capacidad infatigable para hacer propaganda, agitación y organización revolucionarias en el seno de ésta, su energía inagotable para impulsar constantemente los pasos reales, inmediatos, que pueden ir franqueando las luchas de los trabajadores, su disposición natural para hacerse eco de las demandas de éstas, son, todas ellas, características primordiales del desarrollo de la pugna inveterada del Partido Comunista para decantar revolucionariamente los acontecimientos históricos. En este combate implacable por la dirección revolucionaria del proletariado, el Partido activa todos los procedimientos de lucha que, correspondiendo a sus fuerzas reales, propician los mayores resultados revolucionarios posibles en unas condiciones dadas. Cada táctica concreta del Partido Comunista, adoptada para responder eficazmente a una situación también concreta, se valida, no en sí misma, sino en tanto que parte activa de la preparación sistemática del proletariado para la revolución. El Partido ganará la confianza de nuestra clase vinculándose al conjunto del proletariado y no sólo a su sector menos desfavorecido. En primer lugar, claro está, el Partido Comunista conquistará la dirección de los destacamentos proletarios básicos y avanzados, pero también obrará para atraerse a las capas más explotadas y atrasadas de los trabajadores. Además, el Partido se hará capaz de dirigir revolucionariamente al proletariado en lucha batiéndose por el comunismo, desarrollando realmente nuestro movimiento, en todas las escenas sociales donde haya lugar a ello, incluso, si es el caso, en las enclavadas en pleno territorio enemigo, tales como los parlamentos y sindicatos reaccionarios.

 II

EN LA ANTESALA DE LA REVOLUCION COMUNISTA

 1. Nuestro Partido se conformó y se asentó como fuerza política independiente, de la mano de Marx y Engels ("Manifiesto del Partido Comunista"), al calor de la primera oleada revolucionaria que conoció la sociedad capitalista. Durante el primer episodio de este movimiento, la revolución de 1848, el proletariado hizo ya acto de presencia como partido históricamente llamado a sepultar irremisiblemente la dominación burguesa y, con ella, todas las sociedades de clases. Más tarde, en 1871, el proletariado renació de sus cenizas para asaltar, exclusivamente con sus propias fuerzas, el Estado burgués. La Comuna de París supuso la primera dictadura proletaria que veía la historia. Sin embargo, si en 1848, la relación de producción que determina a la sociedad capitalista, esto es, la apropiación privada del plusvalor obtenido por medio de la explotación de la fuerza de trabajo asalariada, y con ella su primer producto social, el proletariado, tan sólo eran fuertes en Inglaterra; en 1871, el capitalismo aún dominaba únicamente la escena en un puñado de pocos países avanzados de Europa y en los EE.UU.

La Comuna de París estaba destinada, pues, a constituir un glorioso escalón primerizo de la larga escalera por la que habrían de ascender nuestra clase y su Partido Comunista, hasta coronar el triunfo revolucionario definitivo.

2. El capital es valor que precisa acrecentarse, valorizarse, sin tregua alguna, en el curso de la producción. A inicios del presente siglo, el desarrollo cuantitativo y combinado de los procesos de concentración y competencia creciente de capitales, procesos que se desprenden de dicha esencia misma del modo de producción capitalista, cristalizó en una nueva fase, cualitativamente diferenciada, del devenir capitalista: el imperialismo. En esta fase imperialista, la unificación, por el capital, del mercado mundial, la regulación internacional de la producción a cargo de los "trusts" y, en primer lugar, de los grandes monopolios financieros y la organización científica del trabajo por medio de la aplicación de las técnicas tayloristas, impulsaron, a una escala hasta entonces desconocida, el desarrollo de las fuerzas productivas y extendieron, a una escala sin precedentes, el trabajo asalariado. Esta división de la producción, la distribución y el trabajo, impuesta, "orbi et orbi", por el imperialismo, hizo madurar, en el seno de éste, de forma cada vez más apremiante, la tendencia, hasta entonces latente bajo el capital, hacia una única dirección de la producción y la distribución, ejercida de acuerdo con las necesidades sociales de la humanidad.

3. Esta tendencia histórica hacia una división del trabajo, mundial y crecientemente social, que crecía en las mismas entrañas del imperialismo, entró en una contradicción, de términos cada vez más absolutos, con el mantenimiento de la propiedad privada burguesa, de forma tal, que a efectos de la reproducción capitalista, ya no le bastaba, al sistema, con superar las crisis cíclicas, de sobreproducción de capitales, que, desde 1825, habían jalonado su historia, aumentando, de más en más, la miseria y la explotación obrera. La preservación del beneficio capitalista obligaba ineludiblemente, de ahí en adelante, a los Estados burgueses, a entregarse a repetidas y crecientes guerras mundiales, auténticas carnicerías humanas al por mayor, que destruyendo masivamente las fuerzas productivas excedentes y, entre ellas, destacadamente, la fuerza de trabajo proletaria, asentaran objetivamente las condiciones de una nueva valorización capitalista, por medio de una reconstrucción postbélica basada en la introducción de un nuevo tejido industrial netamente más productivo que el anterior y, acorde con él, de unas nuevas relaciones laborales sensiblemente más explotadoras que las anteriormente vigentes.

4. El imperialismo no era, pues, sólo la fase superior del capitalismo, sino también su última fase; aquélla en la que la sociedad capitalista únicamente podía ya prolongar su supervivencia llevando, al máximo, la miseria del proletariado, esto es, hasta la liquidación física y militar, fratricida, entre los trabajadores de todo el planeta. Pero, por lo mismo, el imperialismo no era sólo, ni siquiera, ante todo, la fase de las guerras mundiales reaccionarias, sino también, y primordialmente, la fase de la revolución comunista, hito insoslayable al que era abocado el proletariado en razón misma de su instinto inalienable de preservación de clase.

5. Los acontecimientos históricos se encargaron de verificar fehacientemente esta naturaleza del imperialismo, como fase capitalista de guerras y revoluciones, y de incorporar indeleblemente al Programa comunista esta conquista efectuada por el Partido de Lenin. En 1914, con el sostén de la II Internacional socialdemócrata -que se deslizó, con ello, definitivamente desde el oportunismo, aún proletario, a las filas mismas del campo burgués-, el capitalismo desataba la Primera Guerra Mundial. En 1917, el Partido Comunista obtenía su primera victoria directa haciéndose con el poder en Rusia, el eslabón más débil, por aquel entonces, de la cadena imperialista. El Partido de Lenin apeló al levantamiento revolucionario de los proletarios del resto del globo contra su propias burguesías.

6. Empero, con la casi totalidad del continente asiático aún sumida bajo formas sociales precapitalistas y, ante todo, con la capacidad fáctica, del capital, en Europa y, desde luego, en Norteamérica, para proporcionar aún -merced a la destrucción bélica en curso- trabajo y derechos para la mayoría de la población obrera, la revolución proletaria, iniciada en Rusia, no tardó en quedar fatalmente aislada dentro de las fronteras soviéticas.

En tales circunstancias, extremadamente desfavorables, el Partido Comunista de Lenin defendió heroicamente los intereses internacionales del proletariado al preservar, durante el máximo tiempo que le otorgó la historia, la dictadura de nuestra clase en Rusia, obrando, así, como era su deber, por la revolución comunista mundial, no sólo en la escena contemporánea sino, ante todo, en el dominio histórico, al desarrollar, decisivamente de cara al futuro, y en el fuego de esta lucha ampliamente desigual, la capacidad revolucionaria y el temple históricos de nuestro Partido y trazar el rumbo del triunfo proletario final.

A la postre, el aplastamiento de la revolución proletaria de 1917, al permitir al capitalismo, mediante la Segunda Guerra Mundial y la industrialización de la U.R.S.S., culminar su desarrollo en los países avanzados y alcanzar los últimos confines del planeta, impulsó insustituiblemente el proceso objetivo de maduración de las condiciones reales de la próxima victoria irreversible del comunismo.

7. El periodo de reconstrucción capitalista de postguerra, asentado en la ingente destrucción efectuada durante las dos contiendas mundiales que se cobraron, sólo sobre el campo de batalla, más de 40 millones de vidas proletarias, prolongó sus efectos benéficos, para los negocios, hasta los fines de la década iniciada en 1960. Durante estos 25 años, el capital, vivificado a resultas de la introducción, tras la guerra, de un tejido industrial, de nueva planta, que le permitía extorcar masivamente, a la fuerza de trabajo proletaria, una tasa de explotación récord, en primer lugar, en las zonas más devastadas (Alemania, Japón, la U.R.S.S. y otros países del Este de Europa), hizo todopoderosa, en la escena del planeta, su relación social de trabajo asalariado, llevando, a su máximo desarrollo, mediante el pleno perfeccionamiento y aplicación extensiva de las técnicas tayloristas de producción, los ramos del automóvil y de la siderurgia que, con el advenimiento de la fase imperialista, habían sustituido, en la vanguardia industrial, a la construcción ferroviaria. En el terreno de la lucha de clases, gracias a su prosperidad, el capital pudo proveerse, en los países avanzados de Europa y Norteamérica, en la U.R.S.S. y en los países del Este de Europa y, asimismo, en ciertas zonas concretas del resto de continentes, de una relativamente estable paz social, comprada, en Occidente, al precio de recoger a la mayoría de la población trabajadora bajo el paraguas protector de "Estados de bienestar" y, en el Este de Europa, mediante la edición barata de tal "bienestar" bajo la forma de una seguridad generalizada en el empleo y de una cobertura mínima de las necesidades básicas.

8. La crisis de 1970, primer traspiés simultáneo -a nivel internacional- del capital desde la Segunda Guerra Mundial, que fue preludiada, en el campo social, primero, por los movimientos anticoloniales de los años 50 e inicios de los 60, después por los estallidos latinoamericanos de mediados de esta última década y, más tarde, aún, por los movimientos democráticos radicales en Europa occidental y oriental y por el inicio de la movilización pacifista, contra la guerra del Vietnam, en los EE.UU., abrió un nuevo periodo de la lucha de clases: el de la inminencia del asalto proletario definitivo contra el Estado burgués.

A partir de 1970, el desarrollo de la contradicción entre el mantenimiento de la forma social capitalista y la expansión imperialista de las fuerzas productivas, empieza a tocar su límite final. En los países atrasados, a través de su endeudamiento colosal con los grandes cárteles financieros de las metrópolis imperialistas, el capital mundial acabó por arruinar toda posibilidad global de industrialización. Más allá de ciertas inversiones puntuales, conseguidas al precio de condiciones cada vez más onerosas para el capital anfitrión, vastas zonas de Africa, América, Asia y Oceanía han sido llevadas paulatinamente, en el curso de la secuencia de crisis de 1970-71, 1974-75, 1980-82, 1986 y la actual, abierta a fines de 1990, y de la mano de la usura imperialista, hasta la esquilmación total de lo que había constituido, hasta la fecha, su única fuente sensible de ingresos: sus materias primas. De resultas de ello, la mayor parte de la población del planeta está sumida hoy endémicamente en hambrunas y pandemias galopantes, sin perspectiva real alguna de salida, de tal situación, mientras permanezcan bajo el dictado capitalista. Por su parte, los países semidesarrollados del Este de Europa y, en primer lugar, entre ellos, la U.R.S.S., vieron definitivamente agotado el margen de desarrollo capitalista, relativamente autárquico, del que, a caballo de la enorme destrucción bélica sufrida y de su atraso anterior, al respecto de las grandes potencias imperialistas, se habían beneficiado específicamente sus economías. Por ende, al no disponer el imperialismo mundial de coordenadas, tanto económicas como políticas, adecuadas que permitieran la integración de dichos capitalismos en su mercado central, ni gozar tampoco las propias burguesías locales de la zona de correlaciones de fuerza, suficientemente favorables, como para hacer pagar, por su cuenta y riesgo, los costes sociales añadidos de este salto a sus proletariados respectivos; las economías de la U.R.S.S. y de los países del Este de Europa, dependientes de ella, cayeron rápidamente en un "impasse" subsidiario y semicolonial que dejaba dichos Estados a merced de la intervención del centro capitalista. Por fin, en Occidente mismo, en los países avanzados de Europa, en Norteamérica, en Japón y en Australia, la secuencia, anteriormente citada, de crisis toca a duelo por el pleno empleo y las libertades ciudadanas, pilares justamente a través de los cuales los regímenes capitalistas, de democracia electoral, establecidos a la salida de la Segunda Guerra Mundial, se habían procurado su base social de sostenimiento.

En tanto que totalidad, esta dinámica peculiar del desarrollo imperialista, abierta a partir de la década de 1970, es determinada por el aumento imparable de la composición técnica del capital que -como resultante ineluctable del mismo desarrollo exacerbado de la concentración y competencia entre capitales en vistas a extorcar, por medio de la explotación de la fuerza de trabajo proletaria, tasas de plusvalor y de beneficio cada vez mayores-, colma la potencialidad de supresión de tiempos muertos en la producción ofrecida por el taylorismo. A este último -con la irrupción, en la escena industrial, del sector informático- vendrá a sustituirle la robotización creciente de la producción. Esta robotización es la hija legítima y postrera del proceso de automatización del trabajo que es connatural a todo el desarrollo capitalista y que fue eclosionado decisivamente por los grandes monopolios imperialistas mediante el abocamiento a la industria de grandes concentraciones de capitales. La robotización responde a las exigencias contemporáneas, ineludibles para el capitalista, de valorización de su capital -de "rentabilización", dicho sea en lenguaje empresarial- por medio de un aumento incesante de la productividad del trabajo que redunda en la mejora de la competitividad de las mercancías producidas en proporción directa a la rebaja de costos de producción que supone. Acuciado por la competencia desbocada de nuestro tiempo, el capitalista de hoy no puede contentarse, como otrora lo hiciera, por medio de la automatización anterior, con una mera impulsión cuantitativa de la productividad e intensidad de la fuerza de trabajo. Para sobrevivir en el mercado, debe llevar mucho más allá la explotación del proletariado. Robotiza, pues, fatalmente y en medida creciente, la producción, sustituyendo irrevocablemente, una parte, cada vez mayor, de la fuerza de trabajo. Incluso si, como resultado global de ello, en el planeta, involuciona la relación social inherente al capitalismo, el trabajo asalariado, y, de hecho, los Estados burgueses tratan de poner coto o mitigar los efectos, socialmente catastróficos, de esta lógica industrial, tales intentos -al estilo de la cacareada reducción de jornada de trabajo o de la extensión general del salario social-, maniatados por la dictadura de la propiedad privada burguesa, nacen muertos o abortan, al poco, en cuanto la masa empresarial pone de manifiesto el afán irrefrenable del conjunto del capital: hacer trabajar más intensamente, por más tiempo y más precariamente, en suma, más productivamente, a una mano de obra tanto más explotable cuanto más reducido sea su número.

9. La actual crisis capitalista, desatada a fines de 1990 y prologada por el hundimiento político del Este de Europa y por la reunificación alemana -es decir, por la quiebra del orden imperialista, establecido con ocasión del nuevo reparto de los mercados realizado tras la Segunda Guerra Mundial-, independientemente de su desenlace final, habrá tenido como efecto acelerar la maduración de las condiciones del proceso revolucionario y aproximar el plazo de la salida de éste a la luz del día.

En tal sentido obra el vector económico, de forma tal, que la presente crisis -que ya es la más larga de toda la historia capitalista- sólo puede aspirar a encontrar salida mediante un doble tratamiento de choque, de efectos necesariamente catastróficos, a corto plazo, para el devenir capitalista: de un lado, la apertura, de par en par, mediante la rebaja de los tipos de interés, del grifo de los créditos, en condiciones ya de un enorme endeudamiento de las empresas, de los bancos y del propio Estado; de otro lado, la extensión definitiva de la parcialización y precarización absolutas del trabajo en condiciones en las que está cuestionada ya incluso la mera reproducción vital de la clase sobre cuya explotación se cimienta la supervivencia de la sociedad capitalista, el proletariado. La primera medicina referida, la baja del precio del dinero, acerca la bancarrota financiera mundial definitiva de la economía capitalista. La segunda, la difusión masiva de los contratos basura, tiende a disminuir la productividad del trabajo y aproxima inapelablemente la hora del levantamiento, obligado y final, de los proletarios contra esta sociedad que ya empieza a no estar en condiciones siquiera de mantenerlos como explotados.

De resultas de la presente crisis, el fantasma de un choque social entre explotadores y explotados empieza, pues, a volver a reaparecer en la escena inmediata de los acontecimientos. El retraso de las burguesías europeas y de Japón, con respecto a los EE.UU, en la aplicación de este nuevo cuadro de relaciones laborales, lo mismo que el parón a la "reforma económica" producido en el territorio de la ex-U.R.S.S., es reflejo, ante todo, de una correlación de fuerzas entre burguesía y proletariado, la actual, que ya ha devenido un obstáculo para la satisfacción de las draconianas exigencias planteadas por el desarrollo capitalista de nuestros días. Sin cambiar violentamente el presente "status quo" entre las clases, sin infligir una nueva derrota histórica al proletariado mediante su enrolamiento en cualquiera de los bandos de una Tercera Guerra Mundial, el capital no estará en disposición de extender, a diestro y siniestro, las nuevas medidas de sobreexplotación del proletariado cuya aplicación ya es reclamada a gritos por la preservación de los beneficios empresariales. Sin hacer efectivas, por dondequiera que sea, tales medidas, sin reducir enormemente, y cada vez más, el número de asalariados y aumentar, a la vez, sin freno, el plusvalor extorcado a la fuerza de trabajo de éstos, el capital no podrá superar las dificultades de valorización que, desde 1970, sin solución de continuidad, se le presentan "in crescendo". Preparando, a la manera burguesa, este enfrentamiento social, esto es, emplazando premisas materiales de una nueva guerra imperialista mundial, la crisis actual se ha cobrado ya un dividendo propio: la liquidación, en los hechos, de la concertación capitalista internacional con la que, desde el inicio del presente periodo, las diferentes burguesías imperialistas, habían aunado sus líneas de acción. El contenido ultraproteccionista, a cuenta de los imperialismos más potentes y, en primer lugar, del norteamericano, de los recientes acuerdos de "libre comercio" y el bloqueo definitivo -a consecuencia de la guerra comercial entre EE.UU. y Japón- de la operatividad de las reuniones de los "Siete grandes", certifican la caducidad de la concertación y despejan definitivamente el camino del desarrollo económico, político y militar de los tres grandes bloques imperialistas en liza, los bandos -todos ellos reaccionarios- de una nueva contienda militar antiobrera a escala mundial: Norteamérica, bajo el liderazgo de EE.UU.; Asia, bajo la égida nipona, y Europa, bajo la férula germana. La dejación estadounidense de toda intervención masiva en la guerra imperialista que se libra en la antigua Yugoslavia y el abandono, a las claras, por Washington, del control de la zona en manos de los intereses alemanes, la reacción nacionalista defensiva, frente a la expansión de tales apetitos teutones, producida en Rusia y la defensa, por Moscú, de las fronteras serbias, la sumisión -a los dictados económicos del Bundesbank y al peso político de Bonn- por parte de la Comunidad Económica Europea (C.E.E.), la tutela japonesa creciente sobre China, Corea y la mayor parte del resto del continente asiático, ... son todos ellos elementos, entre otros, que abundan en esta ruta objetiva de preparación, por el capital, más allá de la conciencia y voluntad actuales de sus burguesías, de tales bloques imperialistas -económicos, políticos y militares- cuya cristalización es condición necesaria para el estallido del nuevo conflicto bélico. Al mismo tiempo, la adecuación, a los intereses globales de la reproducción capitalista, de los límites que podría alcanzar esta nueva guerra, está ya en vías de plena garantización mediante los acuerdos de desarme nuclear impuestos por EE.UU. En el centro capitalista, la preparación bélica se larva a través de las campañas antifascistas y antiracistas y de la lucha contra la corrupción; acciones reaccionarias, todas ellas, que tratan de encuadrar a una parte del proletariado bajo la bandera distintiva de uno de los futuros bandos burgueses en lucha: la democracia. Es precisamente en correspondencia proporcional con el auge de tal movilización democrática, con la que la burguesía sale al paso de la lucha proletaria independiente, que se acrecienta el potencial del otro bando de una futura contienda militar contrarrevolucionaria general: el fascismo. La movilización por la democracia capitalista abona el terreno al fascismo capitalista, al dar un sostén de masas al terrorismo de Estado que despliegan, cada vez más exacerbadamente, los actuales gobiernos democráticos del mundo. Estos, por todas partes, van liquidando progresivamente todo atisbo de libertad ciudadana en su determinación de reprimir las luchas proletarias y, sobre todo, de preparar el aparato estatal burgués para afrontar la amenaza latente de un futuro estallido generalizado del movimiento proletario, posibilidad que está inscrita, cada vez más claramente, en el vigente devenir social.

10. Con todo, lo inédito del actual periodo que vivimos y lo que lo caracteriza, en tanto que antesala de la revolución comunista, es justamente la imposibilidad histórica del imperialismo capitalista para abrir paso, mediante una nueva guerra mundial, a un nuevo orden estable.

Incluso, de darse, una Tercera Guerra Mundial, no podría poner en escena sector industrial alguno que fuera capaz de protagonizar la reconstrucción postbélica integrando masivamente fuerza de trabajo proletaria. Por enorme que fuera -¡y lo sería, sin duda!- la destrucción de fuerzas productivas excedentes, efectuada por la guerra, la altísima composición técnica del capital de nuestros días no podría conducir más que a una fulgurante recuperación, completada en un breve lapso de tiempo, al cabo de la cual, resurgirían, a una escala incomparablemente mayor que la actual -si cabe-, las dificultades de valorización del capital, puestas hoy ya de manifiesto. Con tales dificultades, resurgiría también la imperiosa necesidad revolucionaria del proletariado de librar, de una vez por todas, a la humanidad, de la banda de criminales que rigen el planeta. La guerra imperialista de nuestro tiempo no podría, así, situándonos en la peor de las eventualidades para nuestra clase, desembocar, a corto plazo, más que en el desencadenamiento final de la revolución comunista triunfante. Con la contingencia bélica, de por medio o -mejor aún para el proletariado, si así es- sin necesidad de pasar, de nuevo, por tal bárbaro calvario, el determinismo histórico que subyace al capital y a la lucha de clases acabará imponiendo su ley frente a la conciencia y voluntad subjetivas de cualquier grupo humano. Nuestros días conducen al estallido de la revolución comunista mundial. Nuestro Partido existe y lucha, asumiendo consciente y voluntariamente este derrotero histórico, con el fin de abreviar, lo máximo posible, los inevitables dolores de parto que traerán al mundo la nueva sociedad.

III

LUCHAR, COMO PARTIDO COMUNISTA,

PARA PREPARAR EL PARTIDO COMUNISTA DE LA PROXIMA REVOLUCION

 1. El proletariado, para conquistar el poder político en sus manos y acabar con el capitalismo, precisa, ante todo, forjar el Partido Comunista capaz de dirigir, hasta el triunfo definitivo, el próximo asalto revolucionario. Este partido será la fuerza organizada mundial que, asentada programática y socialmente en el seno del proletariado, cohesionará, en sus filas, a la parte avanzada de éste y, alrededor de su acción comunista, a toda la clase explotada, a escala del planeta, en la lucha inmediata para derrocar, sin excepción, todos los Estados burgueses e instaurar y desarrollar supranacionalmente una única dictadura del proletariado hasta borrar de la faz del globo el modo de producción capitalista y sus secuelas sociales. Es comunista únicamente aquel proletario, que obra, consciente y voluntariamente, bajo la disciplina de este partido.

2. En ausencia, en la escena inmediata de los acontecimientos, de revolución, -tal y como es el caso en el actual periodo de la lucha de clases- este combate histórico de nuestro Partido toma la forma, específica y transitoria, de lucha de gestación del Partido Comunista de la próxima revolución. Este es, pues, el objetivo inmediato al que se encamina y en torno a cuya consecución se ordena toda la acción comunista de nuestros días: preparar efectivamente, a todos sus niveles, las condiciones de constitución del Partido Comunista de la revolución que se avecina.

3. En la línea histórica de materialización de las condiciones de erección del Partido Comunista de la próxima revolución, la lucha actual del Partido se despliega a través de tres vectores diferenciados cuyos desarrollos peculiares convergen unitariamente en la selección, formación y encuadramiento partidistas del sector avanzado del proletariado:

a) La lucha teórica de desarrollo programático del Partido Comunista.

b) La lucha política de delimitación del Partido Comunista.

c) La lucha de organización del Partido Comunista.

4. En el dominio teórico, los comunistas de nuestros días desarrollan el Programa de nuestro Partido a través de la integración del balance de la derrota de la anterior revolución proletaria internacional, de 1917, en el cuadro de la preparación efectiva del triunfo revolucionario definitivo que cuentan con obtener de la próxima. Este desarrollo de la fundamentación teórica del comunismo se atiene, como punto de partida, a las conquistas históricas ya efectuadas por nuestro Partido, en el curso de las dos oleadas revolucionarias precedentes, bajo la dirección de Marx/Engels y de Lenin y es guiado por el desenmascaramiento -público, ante toda la clase- del carácter oportunista del revisionismo contemporáneo.

5. En el dominio político, los comunistas de nuestros días delimitan, con toda nitidez, la lucha de nuestro Partido de las respuestas oportunistas dadas al devenir de los acontecimientos. Haciendo valer, en todo momento, los intereses globales e históricos del proletariado, los comunistas de hoy confrontan su programa y su acción de preparación de la próxima revolución con los programas y acciones no comunistas, a fin, de determinar, revolucionariamente y contra el oportunismo, a aquellas fuerzas proletarias susceptibles de ser ganadas a la lucha por el Partido Comunista.

6. En el dominio de organización, los comunistas de nuestros días actúan dondequiera y comoquiera, sin excepción alguna, que su acción de Partido puede agrupar revolucionariamente a una parte del proletariado. Sin oponerse a ninguna otra organización o partido proletarios; sin defender intereses que los separen del conjunto de la clase; sin querer amoldar el movimiento proletario a principios especiales, sectarios; los comunistas allá donde actúan:

a) Abanderan la defensa de los intereses comunes a todo el proletariado.

b) Impulsan adelante la lucha en curso.

c) Se esfuerzan por organizar, en el Partido Comunista, a los proletarios avanzados, haciéndoles ver la necesidad que hoy tiene nuestra clase de preparar su partido, para poder emanciparse mañana de la dominación burguesa.

7. En el actual periodo de la lucha de clases, todavía sin movimiento revolucionario a la luz del día, el periódico del Partido Comunista es el instrumento fundamental y adecuado en torno a cuyo desarrollo fraguará, como siempre fue así, el núcleo del futuro Partido Comunista de la próxima revolución. El periódico de nuestro Partido, guiado por la exigencia de la explicación de las verdades revolucionarias en términos comprensibles para el proletariado, deviene en centro y verificación objetiva de toda la actividad comunista de nuestros días: la teórica, la política y la de organización, pública e interna. Es tarea urgente de nuestro Partido conquistar el soporte material, político y de organización, del proletariado para con su periódico comunista.

HILO ROJO

Junio de 1994


 ARRIBA

PÁGINA PRINCIPAL